Saturday, May 15, 2010

Esto no es hierro, es pura chatarra virtual.

Cuando se estrenó la primera entrega, un par de años atrás, saludamos desde estas páginas a Iron Man como la mejor película de superhéroes Marvel y de las mejores, en general, de la última década. El primer Iron Man era un rebumbio de cinismo, hippismo y lisergia, que colocaba al filme a distancias siderales de otras películas Marvel. Al contrario que su referente del cómic, creado por Stan Lee y Jack Kirby durante la guerra fría, el protagonista, fabricante de armas, resultaba un paladín antibélico. Parece ser que la agónica Administración Bush intentó evitar en el montaje final frases como esta: “Los américanos somos especuladores de la muerte”.
Toda aquella mala leche combativa se ha perdido en esta segunda parte, definitivamente adocenada y decidida a luchar en taquilla contra Robin Hood, a costa de dejarse llevar por el mainstream. Fíjense que sintómatica frase, supuestamente cachonda: «He privatizado la paz mundial», afirma alegremente el superheroe, como si corrieran tiempos de tales veleidades insensatas. Y es que ahora, al hombre de hierro solo le preocupa controlar el negocio de las armas para poder seguir dándose vida de millonario excéntrico, enfrentándose a su competidor, que es un poco más malvado que él. Eso sí, colaborando con un ejército «civilizado» y amigo.
Y todo esto se nota también en la interpretación, incluso Robert Downey Jr, actor superhéroe que sobrevivió a mil excesos, encarna de nuevo al tycoon Tony Stark sin el entusiasmo de la primera vez, dejándose vencer en el plano por la creación de un grandísimo Sam Rockwell, grandísimo bribón que al menos sí tiene claro de que lado de la balanza está. El resto de los nombres de relumbrón que completan el reparto dan pena, incluidos Mickey Rourke de tontaina villano de los látigos que quiere «hacer sangrar a Dios», Scarlett Johansson vestida de viuda negra, más delgada pero poco sado y Samuel L. Jackson en la piel de un ridículo Sargento Furia que se pone señorita Rottenmeyer.
Sensación de ridículo
El ridículo es, sencillamente la sensación que sobrevuela toda la película, desde esta hortera Stark Expo del prólogo, con gogós y música de AC/DC, hasta la carrera de coches en Montecarlo, puro dislate, templo al mal gusto informático. «Yo he llegado primero, buscaos otra azotea le dice un superhéroe a otro. Ese es el nivel de los diálogos, encargados a un santón como Justin Theoroux. Chiquito de la calzada haría buenos gags con cosas así.
Si el primer Iron Man era un azote de Bush, el de ahora le hace un flaco servicio a Obama. Quédense en casa y no caigan siquiera en la tentación de la descarga, o del videoclub cuando se edite en dvd. Los que no la hayan visto pueden recuperar la primera parte, porque este Iron Man es una prótesis desechable, pura chatarra virtual.
Eduardo Galán

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