Wednesday, August 25, 2010

Pasión, justicia y cuerdas de acero

LUIS P. FERREIRO Sin duda: el concierto de Barón Rojo el sábado en el Coliseum fue el evento del año en A Coruña. Y lo fue por motivos de tres tipos: sentimentales, históricos y puramente musicales. Sentimentales, porque en el pabellón multiusos coruñés se juntaron varias generaciones, desde críos de 15 años, que se echaron desde por la mañana haciendo cola en la puerta del recinto, a señores con la cincuentena bien pasada y cráneos mondos donde antes brotaban lustrosas melenas. La emoción, de los unos, por ver por vez primera a sus ídolos y de los otros, por rememorar su cada vez más lejana juventud, hizo que se respirara un ambiente fantástico durante toda la velada, del que se contagiaron los propios músicos. Históricos, por lo que tuvo el concierto de autorreivindicación. Dejémonos de sesudencias y hablemos claro: Barón Rojo son, con permiso de The Storm, el mejor grupo de hard rock que ha salido nunca de este país. Y con mucha diferencia. A principios de los años ochenta estaban en la primera división mundial, y miraban cara a cara a todos los monstruos del género. Piensen en UFO, Rainbow o MSG. ¿Eran mejores estas maravillosas bandas que los barones? Ni de broma. Jugaban en la misma liga. Por eso verlos 30 años después reinando en un pabellón ante miles de enfervorizados seguidores fue la viva imagen de la justicia. Y por último, los motivos musicales, que son los que de verdad importan. Dejando de lado las anteriores disgresiones, los abuelos dieron un conciertazo. Tres horas de rock de la vieja escuela, del que ya no se hace. Barón Rojo cayó en picado sobre la audiencia como un stuka, sin contemplaciones y con un sonido inmejorable; Sherpa estuvo fantástico a las voces, los hermanos de Castro bordaron sus fraternales duelos de guitarra y Hermes empujó desde atrás como un martillo pilón. Y el repertorio, impepinable. Menos Casi me mato, las tocaron todas, aunque si hubiera que elegir un momento -y créanme que es complicado- me quedaría con la interpretación de Los rockeros van al infierno. En esos minutos confluyeron las tres motivaciones antes expuestas: 6.000 puños se levantaron gritando que su rollo era el rock, unos músicos acostumbrados a sufrir vieron como, durante un instante, volvían a ser los reyes del mundo, y el tema atronó como un cañón. El escenario se llenó de humo, los De Castro hicieron el paso del pato, Sherpa le arreó unos viajes a su instrumento, y corroboraron lo que, en su momento, afirmaron los Ramones: sólo los cretinos van al cielo Como colofón, Sherpa se despidió con un "hasta la próxima". Ojalá.

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