Se ha hecho tan popular en los últimos años la llamada dieta mediterránea que más que dieta parece la panacea. En realidad lo que ha ocurrido es que esta denominación se ha convertido en una franquicia que da cabida a casi cualquier cosa y en señuelo publicitario.
Más allá de las innegables ventajas para la salud de determinados alimentos lleva aparejado, este nuevo tótem simboliza algo más que eso. Es un exponente más de esa manía homogeneizadora, tan artificiosa, anticuada y sibilina de entender un país. Existe otra dieta, la atlántica (la nuestra), que según afirman expertos nutricionistas es tan positiva y saludable como la primera. Pero, claro, para reconocer esa otra realidad primero habría que aceptar que la península ibérica (con o sin Portugal) tiene más de atlántica que de mediterránea y eso es algo que, aunque parezca mentira, resulta poco conocido o incluso inasimilable para algunos.
Habitual es observar cómo el hombre del tiempo, en cualquier televisión de las llamadas de ámbito nacional suele obviar la existencia de otra costa además de la mediterránea o la cantábrica. Ejemplo de lo mismo; cuando llega el verano nunca falta a su recurrente cita anual la dicotomía de playa-montaña para las vacaciones. Lo usual en estos casos es acompañar las palabras con imágenes de playas del mediterráneo en contraposición a algún pueblo de Castilla, como si no existiesen ni otra costa ni otro interior.
Juan Fariña Pedreira. Santa Marta de Babío Bergondo
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