Era junio. Una tarde de domingo del 2005. Nadal y Mariano Puerta se enfrentaban sobre la tierra naranja de París. Disputaban la final de Roland Garros. Mientras, en Madrid, en TVE, alguien consultaba la hora. Algún ávido programador televisivo había decidido sustituir la película Marisol rumbo a Río por el primer capítulo de una serie. Si el partido de tenis se resolvía por la vía rápida, se emitirían dos episodios. Y si Nadal y Puerta se enzarzaban en una batalla sin final, a saber... Así fue el estreno español de un producto que había alcanzado en Estados Unidos una media de 18 millones de espectadores. En una tarde de domingo casi veraniega. Con los potenciales fans tomándole el pulso cada dos por tres al reloj, como Gary Cooper en Solo ante el peligro . Así aterrizó Perdidos . Con una maniobra de emergencia. Después, en un constante homenaje al título de la serie, se sucedieron los cambios de día y de hora. Seguir la historia se convirtió en un reto. Imposible intentar darle forma al rompecabezas, a las mil tramas que se bifurcan, a los saltos temporales... Porque Perdidos es tramposa, pero una gran tramposa. Engatusa con sus trucos como un prestidigitador. Por eso regresará mañana a las pantallas estadounidenses con el arranque de la cuarta temporada. En horario estelar. Y las hormiguitas de Internet comenzarán a trabajar. Alguien se hará con el episodio, otros se lo repartirán para traducirlo al español y, en pocas horas, el capítulo llegará subtitulado a este lado del océano.
Hillary Clinton dijo, en tono jocoso, que uno de sus promesas, si llegaba a la presidencia, sería que se acabara Perdidos para que todas las incógnitas que plantea la historia quedaran por fin resueltas. Los únicos que pueden acabar con Perdidos en el ciberespacio, donde está a salvo de los programadores y de los Clinton, son los guionistas, con su huelga. Los dueños de la varita mágica. Los grandes tramposos de la baraja de la ficción.
MariLuz Ferreiro
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