Dicen que Stella Adler, profesora de teatro en los años cuarenta, propuso a sus alumnos que se comportaran como gallinas amenazadas por una bomba. Todos sus pupilos se entregaron a un delirio de aleteos y cacareos en el que casi podían intuirse el vuelo de las plumas y los golpes de los picos. Todos excepto un tipo con pinta vagabundo que permaneció en cuclillas en un rincón. Era Marlon Brando. Y se limitaba a hacer lo que cualquier gallina que afrontara una situación de emergencia nuclear. Poner un huevo. De alguna manera, en aquella esquina comenzó a germinar el mito de Brando. Mucho antes de ser el duque en sus dominios de Capote fue el rebelde de la contención de Stella Adler. Apreciar lo gris, lo cotidiano, y exprimir sus matices. Ahí reside el gran y último desafío para un actor.
Mariluz Ferreiro
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