CUANDO la estrenaron, posiblemente por pereza no la vi. Hace unos días, como se acercaban los Goya, pensé que debía preocuparme por conocerla: no se puede opinar sobre una película que no se ha visto, aunque mucha gente arremete a diario contra el cine español sin concederle el beneficio de la duda, sin pasarse por las salas para comprobar en persona si el demonio tiene cuernos. Por eso decidí ver Camino, la obra de Javier Fesser, poco antes del pasado domingo. Conocedora de mi interés, una buena amiga se ofreció a dejarme su propio deuvedé del filme, después de advertirme que se trataba de un ejemplar pirata, adquirido en plena calle, donde todos los días, con la complicidad de las autoridades, se pueden comprar las novedades más recientes por unos pocos euros. Resignado ante lo que se me presentaba como una de esas copias maltrechas, realizadas clandestinamente en plena proyección, con sonido deficiente e imagen precaria, pero decidido a cumplir con el deber, seguí adelante. Al poco de comenzar, me sorprendió la calidad del visionario, parecía un trabajo hecho por auténticos profesionales, un deuvedé comercial. Casi al instante supe la razón: una banda escrita en el extremo inferior de la pantalla, que apareció varias veces durante la grabación, venía a anunciar que se trataba en realidad de una «edición especial para los miembros de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas». Me habían facilitado la copia pirateada de uno de los deuvedés que las productoras envían a los propios académicos para que puedan valorar las películas. Poco después escuché a la presidenta de esa misma Academia, en su discurso de los Goya, denunciar a las operadoras de ADSL por lucrarse del trabajo de los profesionales del cine, al permitir las descargas ilegales de películas. ¿Y qué ocurre cuando son los propios académicos quienes cooperan con los corsarios?
Cesar Wonenburger
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