Tuesday, February 03, 2009

Máquinas de escribir

Durante las semanas que duró la Eurocopa, José Luis Garci estuvo publicando unos artículos muy amenos y divagatorios, en los que la glosa de los partidos de fútbol se entreveraba con otras pasiones confesas de este gran atleta del entusiasmo: el cine, las mujeres, el dry martini, los amigos, la nostalgia, la bulliciosa y apremiante vida. Aunque se gane el cocido dirigiendo películas, Garci es, antes que nada, escritor; y así lo demuestra cada vez que se toma un respiro en medio de su vida ajetreada y caótica para escribir un artículo, que siempre le sale bordado y en mangas de camisa. Hubo un día, sin embargo, en que Garci faltó a su cita. Al parecer, la víspera había andado de la ceca a la meca, entre salas de montaje, laboratorios de sonorización y despachos de magnates cinematográficos. Allá por donde iba, reclamaba una máquina de escribir para teclear su artículo; infaliblemente, su petición causaba una mezcla de perplejidad e irrisión. ¡Una máquina de escribir! Seguramente si hubiese solicitado una ordeñadora o un ábaco se habría tropezado con menos problemas. ¡Pero una máquina de escribir! En la sala de montaje, en el laboratorio de sonorización, en el despacho del magnate cinematográfico le ofrecieron ordenadores de ultimísima generación, incluso se mostraron dispuestos a explicarle su funcionamiento, para que él sólo tuviera que preocuparse del teclado. Pero Garci, sentado ante aquellos artilugios impracticables, se sentía bloqueado y como extranjero de sí mismo, y a la postre hubo de renunciar a enviar el artículo al periódico. Garci aprendió a mecanografiar siendo un chaval, imagino que para aprobar las oposiciones de ingreso a un banco, y ya desde entonces el oficio de la escritura quedó prendido en su subconsciente al tecleo de las máquinas de escribir. Cada vez que se le agota una cinta, la repone en una tiendecita de la calle Hortaleza, donde aún suministran recambios a una cofradía menguante y casi extinta en la que también se cuenta nuestro común amigo Manolo Alcántara. «¿Y cuántos años piensas vivir? –le pregunté–. Porque como no te cambies pronto al ordenador, te aseguro que vas a pasar una vejez bastante desdichada.» Garci asintió abstraído, con esa forma de cansina anuencia que emplea para darte la razón, aunque en su fuero interno haya decidido no hacerte ni puñetero caso. Seguirá aporreando una máquina de escribir hasta que se agoten sus días, porque su tecleo es la música que acompasa su respiración y alimenta sus recuerdos. En su película Historia de un beso, se incluye una secuencia que resume su amor proustiano por estos artefactos que el progreso ha dejado obsoletos: Carlos Hipólito entra en la casona que, durante décadas, habitó el escritor interpretado por Alfredo Landa, que acaba de morir: en la soledad sigilosa del lugar, se comienza a oír entonces un tecleo obstinado, acérrimo, febril, y ese sonido imaginado sirve para transportar a Hipólito a una infancia ritmada por una máquina de escribir y el campanilleo del carro que nos advertía de la necesidad de cambiar de línea. (Querido José Luis Garci: En apenas unos años, esa tiendecita de la calle Hortaleza dejará de aprovisionarte de recambios. Así y todo, admiro tu fidelidad a la música con que aprendiste a cazar palabras al vuelo. Te diré aún más: envidio esa terquedad con la que te aferras al instrumento que te enseñó a moldear el idioma. Yo también aprendí –sin sistema, aporreando las teclas con el dedo índice– a escribir en una Olivetti paterna, pero luego me pasé al ordenador, que es un cacharro sin épica, profiláctico y sabelotodo, que convierte el placer de la escritura en una rutina amortiguada y archisabida, como follar con condón. De joven, cuando aporreaba la Olivetti de mi padre, me sentía como un pianista del idioma, mientras las teclas cedían al ímpetu de mis dedos y sobre el papel, esculpidos en un bajorrelieve de tinta, aparecían como en una metamorfosis milagrosa los signos que descifraban el mundo. Escribir a máquina era como cincelar palabras, como atrapar su melodía exacta sobre la partitura. No sigas mi ejemplo claudicante y persevera en tus manías, aunque te tilden de desfasado. Y a esos magnates cinematográficos con los que tratas, exígeles máquina de escribir en el despacho, aunque tengan que comprarla en un anticuario).

Arturo Perez Reverte

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