Tuesday, February 03, 2009

The godfather

José Manuel Ponte

He de acudir obligadamente a una boda de alto copete en la que me toca el papel de acompañar a la novia hasta el altar y a pocos días del acontecimiento debo cambiar los zapatos que tenía previsto calzar por otros. Soy un hombre poco dado a la etiqueta y desconocía totalmente que los que había escogido no sirven para la ocasión, porque aun siendo, negros, elegantes, caros y de cordones tienen en un lateral un reborde que les da un toque informal y algo deportivo. Alego que, además de haber sido usados en una sola velada, ser cómodos, y adaptarse bien al pie, es dudoso que, con la caída del pantalón del chaqué sobre la pala del zapato, se pudiera apreciar por la selecta concurrencia ese detalle insignificante, pero la novia se muestra inflexible. Al parecer, en esos mundillos, el zapato es un elemento capital en la conformación definitiva de la personalidad humana y no llevar el adecuado para cada caso es un detalle imperdonable. Ya me había fijado en esa circunstancia en una boda anterior en la que los invitados, más que mirarse a la cara, que es lo usual, se miraban unos a otros los zapatos, bajando la cabeza de continuo para fisgar mejor. Yo, por ejemplo estuve intentado dar conversación a un individuo, por pura cortesía, pero él no hacía otra cosa que dirigir fugaces ojeadas hacia los pies de los allí congregados, incluidos los míos. Al rato me cansé y me fui, no sin anotar el detalle como curiosidad antropológica digna de estudio. La preeminencia del zapato sobre el sombrero y del pie sobre el cerebro supone una alteración sustancial de la jerarquía de los valores humanos generalmente admitidos desde la antigüedad. Solía decirse antes de los que no pensaban mucho ni hacían excesivo gasto de fósforo que "pensaban con los pies" y a eso vamos. Por lo demás, creo haber resuelto este problema enojoso de última hora. Me voy a Ferrol con un amigo y en un acreditado establecimiento de esa ciudad, me compro un par de zapatos blucher, de ceremonia, de pala lisa, y rodada media, de los que hubiera escogido un almirante de la flota de guerra para vestir el uniforme de gala. (Para los profanos en la materia, los entendidos llamamos pala al empeine y rodada media a la suela cuando no sobresale demasiado de la susodicha pala). Después, completo la jornada de meditación y acicalamiento en una peluquería especializada en atender a jefes y oficiales de Marina, aunque solicito un corte más bien de tipo civil, para que no me rapen demasiado, ya que el pelo no me sobra. Mientras triza alegremente la tijera del barbero pienso en mi querido y buen amigo, ya fallecido, el periodista ovetense Luis Alberto Cepeda, que tenía gustos de cardenal y se mandaba hacer los zapatos a medida, rareza que ya casi nadie practica. Por lo demás, el destino de un padrino de boda es siempre el mismo: Pagar por sufrir y no mandar.

José Manuel Ponte

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