Almería, Numancia, Málaga, Huelva, Getafe... ¿A qué les suena? ¿A Segunda División? Pues no, son los competitivos equipos de la que fue Liga de las Estrellas. Pero hay más, con jugadores impresionantes: Sporting, Mallorca, Osasuna o Betis y Espanyol, con esos chavales, cargados de futuro. Hasta los que eran alternativa se han desplomado: Sevilla, Valencia, Villarreal, Atlético de Madrid o Deportivo. ¿Qué nos queda? Un campeonato que es un bluf. Una liga que, cada vez más, se parece, con perdón, a la portuguesa, donde todo el pescado está vendido antes de empezar. Y así el Oporto lleva once ligas sobre quince. Este año, otra vez. El Barça sería el Oporto. Y el Madrid en crisis, una mezcla de esos aspirantes de cartón piedra, sin pólvora, nobles en decadencia, que son Benfica y Sporting. Es imposible comparar nuestra competición con otras del continente. Hasta en la decadente Italia hay más rivalidad. Y ahora la francesa no es el paseo militar que se daba el Lyon. Tampoco con la alemana, con cinco equipos arriba, capaces de ganar a cualquiera. Por supuesto, no me atrevo a citar a la Liga inglesa. Porque la sola tentación de comparar un campeonato de verdad con uno como el español, que recuerda muchas jornadas a los encuentros entre solteros y casados de las fiestas, sería barbaridad. La Liga española es una mentira, pero todavía sirve para que muchos millones no se sepan en qué bolsillo están.
César Casal
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