Sin que sirva de precedente un periodista rectifica sobre algo que escribió dos meses atrás. Cesar Casal entona el mea culpa y eso le honra. ¿Quién no se acuerda de las portadas de Marca sobre la Francia de geriátrico?
He demostrado tener el mismo ojo que cualquiera de nuestros geniales árbitros de Primera, que le parten la pierna a un jugador y no enseñan ni amarilla. Pronostiqué, cegado por el personaje de diseño catalán, que Guardiola sería una pompa de jabón. Y los números, espectaculares, me dan, partido tras partido, en los morros. Rectificar es de sabios. Sentido común obliga. El Barça está jugando a un ritmo endiablado. Tiene sus manchas, como el empate en casa contra el Basilea. Pero sus goleadas meten miedo y arden las palmas del público con los aplausos. Es un festival. Me faltó la precaución de considerar que Guardiola iba a dirigir, con mano militar, a los mejores (Xabi, Iniesta, Eto'o rehabilitado, Bojan...). Y tampoco supe adivinar el estado de gracia de Messi, que, desde que le han enseñado a pasar la pelota, camina seguro hacia convertirse en el mejor futbolista del mundo. Pero no conviene repetir precipitación. Es cierto que, desde el bando contrario, se dice que el milagro goleador del Barça aún no se probó con rivales de entidad. «No han jugado con nadie», escupen hacia arriba los merengues. Su grupo en la Champions es de entrenamiento. Y en la liga, salvo al ciclotímico Atlético, las palizas han sido a pandillas de amigos. Pronto saldremos de dudas. El once del Barça parece tan engrasado que los grandes podrían sufrir también la tormenta perfecta que Guardiola dirige, ufano, desde el banquillo.
Y aquí Pop Guardiola de hace dos meses....
Escribo tras la victoria del Barça en Champions para que nadie me acuse de oportunismo. El paso de Guardiola por el banquillo del Barça va a ser un desastre. Pep es una burbuja: Pop Guardiola. Es solo diseño payés. En Madrid ya lo han bautizado con acierto como un Valdanágoras . Sigue la estirpe verborreica del argentino en su versión masía. Sus explicaciones filosóficas tras los partidos merecen que dé las ruedas de prensa tumbado en un diván o, con toga socrática, paseando por el césped con el estadio vacío. Si hay la misma diferencia entre Guardiola y Schuster en el banquillo que había cuando los dos jugaban en el centro del campo, el Barça lo tendrá crudo. Guardiola ya fue un bluf, un globo sonda, como jugador. Un invento de medio centro creativo que no creaba nada. Pura paja. Para medio centro con juego y profundidad, Schuster. Pep, por un pase de gol, daba mil en horizontal a los que tenía al lado del futbolín. Y eso que jugaba con la locomotora búlgara y con Beguiristáin, para abrir lata, y con Romario, primero, y después Ronaldo, en el cadalso del gol. Un lujo. Guardiola, con sus jerséis de boutique, se tiene por un chico muy cultivado y, por tanto, superior, creencia muy catalana. De esa forma de mirar por encima del hombro y de los hombres lo van a bajar a goles las derrotas. Pep es al cava, su burbuja. Sube, para explotar. Tiene el cerebro demasiado lleno de espuma de El Bulli. Está deconstruido.
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