Monday, September 22, 2008

Cuckoo dice:

es esta una película que casi todos hemos visto. La han programado ya decenas de veces, pero yo no me canso de verla, de disfrutar con este esclavo revolucionario. El Jueves a las 10 de la noche estaré por sexta vez ante la televisión devorando con mis ojos esta delicia, ese soberbio plantel de actores, esa magnífica técnica de su director, Stanley Kubrick, para expresar sentimientos con la música. Paladearé la gloriosa interpretación de Kirk Douglas, (aah, Michael, qué desgracia tener un padre así con el que inevitablemente te van a comparar por los restos).

Los que han leído mis comentarios, habrán notado mi debilidad por el cine clásico. Y es lógico. Si comparan la última película de gladiadores con la que nos ha defraudado Ridley Scott, con esta, sabrán porqué hablo así. Russell Crowe, con su cara de palo, con esa inexpresividad que no entiendo( teniendo en cuenta su interpretación en El dilema), con ese flequillito, se queda en taparrabos al lado de Douglas. Vamos, que no es digno ni de abrocharle las sandalias.
Espartaco, nos cuenta la historia de un esclavo, de un gladiador que puso en peligro los cimientos del Imperio Romano. Del hombre que fue cabecilla de las rebeliones de esclavos más gloriosas e impresionantes que sufrió Roma. Un hombre al que por ser esclavo, se le impide subir, el sistema le obliga a vivir y morir esclavo. A ser comprado y vendido, a obedecer sin rechistar, como un animal. La única oportunidad que se le ofrece para comprar su libertad y para que sus futuros hijos sean hombres libres, es luchar. Luchar en la arena, contra sus propios amigos y matarlos. Ser el vencedor.
Pero, Espartaco, como todo hombre, se cansa pronto de estar sometido, y se rebela contra el propio César, negándose a matar al gladiador con el que ha luchado y al que ha vencido. En su lugar, arroja el tridente a las gradas. Por ello, tendrá que huir.
Kirk Douglas, en una magnífica forma física, protagoniza unas bonitas escenas de lucha en el circo, sin los mazazos (acompañados de una música estridente y altísima), sin la sangre que nos ofrece Gladiator. A Kubrick no le hace falta centrarse en la violencia para narrarnos la desgracia y la sinrazón de las leyes de Roma. Para contarnos la dramática historia de un hobre que intenta combiar el sistema, que se atrevió a dseafiar leyes, Césares y ejércitos. Sin miedo. Con esa mirada soberbia y chispeante de zorro, que sólo sabe poner el actor del hoyuelo en la barbilla.
Y a todo esto hay que sumarle el mérito de contar con espacios naturales para rodar las escenas. Y sobretodo alabarle el que contase con cientos de extras de verdad, de carne y hueso, no tíos y circos cibernéticos, hechos por ordenador.

Pero el detalle fundamental es algo que hoy día pasa desapercibido por muchos de los que asisten al cine: los diálogos. En el Hollywood actual los guionistas no aportan nada nuevo, los diálogos se pierden entre tanto chillido, tanto portazo y tanto culo bonito(que siempre es de agradecer, para qué engañarnos). En el cine antiguo, y esta película no lo es tanto, es de 1960, los guionistas se quebraban la cabeza por decir mucho, con pocas palabras. Por saltarse la censura, y las normas sin que apenas nadie se diese cuenta. Observen la escena en la que Tony Curtis, un poeta esclavo, baña a Laurence Olivier, un pez gordo romano. Oigan lo que dicen, aparentemente están discutiendo sobre los gustos culinarios, hablan de almejas y mejillones. Entonces, Olivier pregunta al poeta filósofo si es moral que te gusten las dos cosas. El mensaje subliminal está clarísimo para nosotros, hablan de homosexualidad y bisexualidad que disfrutaban los hombres ricos en Roma. Pero no lo estuvo tan claro en aquella época, por eso lo consiguieron. Se saltaron la censura. Vean esta película, es sublime y paradógico que aún dirigida hace 52 años, nos pueda dar lecciones todavía de cómo hacer buen cine.
Disfruten con los guiños de amor entre Douglas y Jean Simmmons en el comedor de esclavos; con la tenacidad de este hombre para conseguir que su hijo nazca en libertad. Sufran y al final...no se decepcionen. Todos sabemos, como dice la canción que las bellas historias de amor siempre acaban en tragedia. Pero lo que les aseguro es que desde el momento en que la vean, recordarán para siempre a Kirk Douglas como el más valiente y perfecto gladiador de la historia del cine. Por mucho Oscar que le hayan dado a Rossell Crowe.

1 comment:

Anonymous said...

La versatilidad de Kubrick siempre me sorprendió; dirigir tanto Espartaco como películas tan diferentes como La naranja mecánica, La chaqueta metálica, El resplandor, Teléfono rojo... o 2001 me parece excepcional.