En el programa de radio de Julia Otero, hablaba uno de estos días la recepcionista de un piso de encuentros y decía que en A Coruña, sólo en su calle, había al menos treinta pisos dedi- cados al sexo de pago. Y añadía que de explotación nada, que las chicas, extranjeras y del país, no sólo estaban encantadas sino que hacían dinero y eran felices. Sobre todo, añadiría yo, porque no pagan impuestos, que es el sueño de todo capitalista y del que no lo es.
Aído debería integrar en la comisión a expertas así. El negocio del sexo mueve en España 18.000 millones de euros al año, e incluso los medios de comunicación obtienen beneficios millonarios por la inserción de publicidad de contactos. Los que somos de la prehistoria aprendemos en estas páginas la terminología de un oficio que incluso cotiza en Bolsa. Siempre se dijo que Fidel había librado a Cuba de ser el prostíbulo americano, pero su comunismo lo duplicó como saben los que vuelan a La Habana. El negocio del sexo no tiene ideología.
Hasta que llegó Aído nadie se atrevió a meterles mano jurídica a las rameras. Alberto Ruiz-Gallardón, alcalde de Madrid, corta calles a putas y maricones, lucha por erradicarlos de la Casa de Campo y les prohíbe el Madrid cosmopolita y guiri de la Castellana, Montera y Ballesta. Ya mi amiga Amalia Gómez, que fue secretaria general de Asuntos Sociales, se bajó un día en coche oficial a la Casa de Campo a estudiar en vivo las putas y se sabía de memoria nacionalidades, usos y costumbres. Les preguntaba con cariño y acento andaluz: "Hija, ¿cómo ez que eztáz en ezto?". Y las chicas le sonreían con candor.
De Amalia, a la que el PP, para variar, echó por ser excelente política, aprendí lo de "ser puta y poner la cama". Una vez, en Ceuta, Amalia y yo no fuimos a las casas que decía Cela, pero sí a una concentración de parados marroquíes que pedían pan y trabajo airadamente en la calle. Se remangó, caminó hacia ellos y les dijo que estaba de su parte. Sabía más que nadie de putas y de obreros, por eso el PP la liquidó. Aparte están, claro, los hideputas proxenetas que se lucran de las infelices obligadas a ser putas, coimas, hetairas, perdidas, zorras y rameras.
José Ramón Onega
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