Friday, October 24, 2008

Volare

A las diez y veinte de la mañana, sobrevolando algún páramo leonés, el pasajero pide un café. El tipo se ha levantado a las cinco y media para pillar el presunto vuelo de las siete y ahora, cinco horas después, se está quedando sopas. La azafata de Spanair, que es muy amable, trae enseguida el cortado. Con una sonrisa y un guiño de complicidad comunica al viajero su buena nueva: «Hoy no lo cobramos». El pasajero farfulla las obligadas gracias. Pero se queda pensando que si el detallazo trata de compensar los retrasos, la azafata tenía que haberle plantado una botella de Taittinger y media docena de ostras. Y es que el vuelo A Coruña-Madrid, que debía haber salido a las siete, despegó a las diez. Tres horas de demora sin explicación alguna. Un enigma más para los ufólogos.

El día anterior tampoco había sido el de Spanair. El vuelo de las tres y media de la tarde fue suspendido por niebla, aunque parece ser que Alvedro cuenta con ILS. El de las siete tampoco despegó: bus y a Santiago.

En cambio, el regreso desde Madrid supuso un triunfo épico: ¡solo una hora de retraso!

En Barajas el viajero puede bajar a Madrid por dos euros en un metro flamante. Para subir a Alvedro hay bus a cuentagotas. El público se ve abocado al taxi. Como tampoco existe conexión con una autopista que pasa justo al lado, toca atravesar un bosque de semáforos, un atasco absurdo que se apellida 20 euros.

Resumiendo: en la ciudad más rica de Galicia algo tan básico como volar a Madrid sigue siendo un ejercicio de lotería tercermundista.

Eso sí: cuatro guardias civiles y cuatro guardas jurados velaban en los controles para que el respetable se sacase los cinturones y no colase líquidos en el avión. Con el viajero retrasado detectaron el peligro: le decomisaron un bote de champú y otro de Sanex. Las peligrosas armas de destrucción masiva fueron a la papelera por imperativo legal. Curiosamente, no estalló.

Luis Ventoso

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