Thursday, October 02, 2008

Newman, Paul

En el cine nunca morirá. Pero la vida real es más cruda. Ayer Galicia estuvo todo el día iluminada de forma profética por la luz azul de los ojos de Paul Newman. Fue un adiós de verano al galán que se coló entre Marlon Brando y James Dean. Nadie creía en él. Le decían que, para guapos, ya estaban los otros dos. Al principio hasta firmó autógrafos con el nombre de Marlon, como una broma. Pero Dean vivió a toda velocidad y murió así contra un árbol y Brando es Brando, y Paul envejeció como ninguno. Hizo más dinero con las salsas que con el cine. Perdió a un hijo por las drogas. «Es ley de vida. Los hijos vienen al mundo para que los padres no vuelvan a dormir tranquilos. No hay nada que hacer», dijo en una película. Diez veces nominado al Óscar, solo ganó en competición por El color del dinero . Ni le marcó el odio ni conoció gata sobre tejado de zinc caliente más allá de los guiones. Estuvo medio siglo con la misma mujer, Joanne Woodward, un milagro que hoy todavía nos parece mucho más grande. Su rostro daba igual a color que en blanco y negro. La cámara, como las mujeres, lo deseaban. Era un actor de pantalla grande. Actuó, como tenía que ser, en uno de los últimos clásicos de Hollywood: Camino a Perdición . El tiempo corre. También para él, que le gustaban los coches. Se fue en familia, rodeado de los suyos. Paul Newman ya está en los cielos, junto a Gary Cooper.

César Casal

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